De repente bajó el mar y la playa se hizo ancha
comenzaron a marcar por todos lados las canchas.
La gente tenía lugar para jugar dondequiera
todo tipo de deportes cada cual a su manera.
A nadie le faltó espacio para poder transitar
una arena interminable desde las dunas al mar.
Jugaba a las escondidas un sol pequeño y lejano
mientras la tímida brisa acariciaba las manos.
Las nubes como las olas tenían pocos matices
mezclaban algún celeste con diversidad de grises.
Una tarde apacible difícil de comparar
de las que suele haber pocas para poder disfrutar.
Ruben Edgardo Sánchez, 11 de enero de 2016
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