Por más que el sol cada día
se vaya por el oeste
y despedirlo me cueste
mi vida no se vacía.
Puesto que al día siguiente
sin aviso se presenta
aunque no nos demos cuenta
para alumbrarnos la frente.
Si añoro el sol por la noche
y mis ojos lagrimean
es probable que no vean
y después me lo reproche.
El fulgor del firmamento
miles y miles de estrellas
centelleantes y tan bellas
que deriven en lamento.
Entonces sabré que en vano
lloré por haber creído
que todo estaba perdido
por no tenerlo a mano.
Por no saber valorar
lo que tenemos a diario
lo justo y lo necesario
sin razón para penar.
Dos caras de una moneda
son siempre el día y la noche
no hay lugar para el reproche
ni demanda que proceda.
Tanto ésta como aquél
cual ángeles bienhechores
como los grandes amores
se llevan a flor de piel.
Ruben Edgardo Sánchez, 29 de enero de 2014
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