Corría el mes de febrero de mil ochocientos doce
nuestra nación incipiente ponía en alto sus voces.
No era lo más indicado pelear con los españoles
empleando distintivos que llevaran sus colores.
Dicen que Manuel Belgrano vio el cielo celeste y blanco
e inspirado en los colores los eligió sin dudarlo.
Pidió entonces un permiso a fin de que sus soldados
llevaran su distintivo para identificarlos.
Nuestra hermosa escarapela azul-celeste y blanca
por el Primer Triunvirato enseguida fue aprobada.
Desde entonces y por siempre ella nos identifica
prendida siempre en el pecho como enseña argentina.
Ruben Edgardo Sánchez, 18 de mayo de 2016
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