Cuando nací no sabía
mi nombre ni mi apellido
ni por qué había nacido
o los padres que tenía.
Lloraba a más no poder
y buscaba el alimento
que me daría el sustento
en un pecho de mujer.
Ni un esfínter controlaba
tenía que usar pañal
para evitar ese mal
que las sábanas manchaba.
Tampoco podía hablar
no entendía las palabras
no conocía a las cabras
ni sabía multiplicar.
Todo el mundo me mimaba
y yo los dejaba hacer
tenía que comprender
a aquél que me miraba.
Poco a poco fui creciendo
para entonces entender
que lo que me hizo crecer
es lo que fui aprendiendo.
Ruben Edgardo Sánchez, 27 de enero de 2014
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