Todos somos diferentes
y a la vez somos iguales
presumimos de normales
y somos impertinentes.
Procedemos sin cautela
sin meditar demasiado
hacemos daño al de al lado
causando ingratas secuelas.
Actuamos con displicencia
por mirarnos el ombligo
dejamos de ser testigos
de pesares y carencias.
Si fuéramos más sensibles
al sufrimiento ajeno
además de ser muy bueno
ser feliz sería posible.
Ruben Edgardo Sánchez, 22 de agosto de 2014
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