No soplaba ni una brisa en la noche estrellada
el calor y la humedad todo el cuerpo nos mojaba.
No había ventilador ni aire acondicionado
que nos pudieran secar todo el cuerpo transpirado.
La térmica superó los cuarenta grados ocho
hacia las dos de la tarde era muy grande el sofoco.
Un par de horas después el tiempo empezó a cambiar
se acercaba una tormenta que nos podría aliviar.
Después de tanto calor y de humedad prolongados
el agua cayó a raudales y continuamos mojados.
Del cielo caía el agua como si fuera infinita
después de tanto esperar diluvió el agua bendita.
Ruben Edgardo Sánchez, 21 de febrero de 2017
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