Quisiera poder vivir sin tener conciencia alguna
de que me voy a morir de manera inoportuna.
Que suceda de improviso sin que me pueda dar cuenta
en el momento preciso en que ella se presenta.
Que mi último aliento sea igual a cualquier otro
que no implique sufrimiento ni el mío ni el de los otros.
Que podamos comprender que la vida es un regalo
y también reconocer que vivimos de prestado.
Que hacemos lo que podemos para poder disfrutar
y desde siempre sabemos que nuestro paso es fugaz.
Cuando me venga a buscar seguro estaré durmiendo
y entonces me va a encontrar plácidamente sonriendo.
No la voy a saludar ni a implorarle por mi vida
porque por lo general se hace la distraída.
Si pudiera decidirlo preferiría que fuera
un día soleado y tibio si es posible en primavera.
Ruben Edgardo Sánchez, 1 de octubre de 2016
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