Había una vez un rey
que amaba mucho a los pobres
saludaba cada día
desde lo alto de una torre.
A la reina le gustaban
las partidas de ajedrez
y jugaba cada día
con su esposo que era el rey.
Por las mañanas salían
a cabalgar por el prado
montados con gran maestría
sobre sus fieles caballos.
Tenían varios peones
que arreglaban sus monturas
guiados por los alfiles
que adiestran cabalgaduras.
Las veces que discutían
no se sacaban ventajas
la discusión terminaba
por lo general en tablas.
Su reino era un tablero
con sesenta y cuatro celdas
mitad negras mitad blancas
para que ninguno pierda.
Ruben Edgardo Sánchez, 10 de marzo de 2014
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